jueves, 4 de diciembre de 2014

Los tres nombres del guerrero. (Fragmentos).








El ombligo

   El gran guerrero quiso enterrar el ombligo de su hijo en  el campo de batalla donde obtuviera su mayor victoria, así el recién nacido sería un militar glorioso. Muchos triunfos consiguió aquel hombre, pero tras lograrlos el sitio donde los obtuvo le parecía indigno de alojar el ombligo. Lo enterraré en el campo del próximo combate, de esta manera será mejor su destino –pensaba.
   Pasaron los años y el ombligo seguía oculto en una bolsita de su maxtlatl. Aunque las victorias eran cada vez mayores, el seco tejido aún esperaba ser enterrado.
   Cuando el gran guerrero fue apresado por los mexicas, supo que no viviría mucho. Al llegar a Tenochtitlán sepultó ahí el cordón umbilical. Aunque no lo hizo en el sitio de su mayor victoria, sino en tierra de sus captores, estaba convencido de que no había mejor lugar para hacerlo: de esta manera su hijo alcanzaría la gloria en aquella ciudad.

   Aquel hombre fue quizás el primero en pensar que la Gran Tenochtitlán podía ser derrotada.




El nuevo sol

      Tenochtitlán. Año 3-casa, día 2-muerte/ 14 de agosto de 1521
   Solo se oía el rumor del llanto, no se escuchaban ni cantos ni música en los templos. Aunque la sangre inundó Tenochtitlán, no era ésta ofrendada a los dioses, era un horrendo desperdicio. Corría libre por las calles, manchaba las paredes, se diluía en el lago y mojaba los cadáveres que todo lo cubrían.
    Ayer no hubo quien oficiara alguna ceremonia. Aunque hoy llegó la luz del día, no es el sol de siempre, es un nuevo Tonatiuh triste y desolado. Sus rayos no iluminan a la noble ciudad mexica, su luz desnuda el más enorme de los cementerios.
   La profecía tenía razón: El día que no se honre al sol, se acabará el mundo.

   Tenochtitlán ya no existe, los mexicas han sido vencidos.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

La buena acción. (Texto incluido en el libro, Primeras armas (IMCS, 2007)







La buena acción
                                                                                                Por Ramón Cortez Cabello.
    Descubrió que el calor disminuye el número de peatones pero aumenta la compasión, que hay más limosna cuando se es el único mendigo de la calle.
   La cercanía de unos pasos enérgicos aumentó el tono dolorido de sus ruegos.
  ― ¡Una ayudita, socorra a este inválido!
   El tintineo de una moneda lo alegró; el bote ya no estaba solo.
  ― ¡Gracias, gracias, Diosito le dé más!
   Al no escuchar las botas alejándose, imaginó al hombre viéndolo con lástima.
  ― ¡Ay señor! Que triste vida me tocó, no sólo no tengo piernas, también soy ciego…
  ― ¡Además es ciego!
   La voz áspera tenía un dejo de ternura; la mano incrédula formó una brisa al pasar repetidamente  ante su rostro.
 ― Si señor, de los dos ojos ―remachó.
   El sonido de unas monedas al caer recompensó la confidencia.
  ― ¡Uta! Se las ha visto negras, Don.
  ―Por culpa del azúcar, primero me mocharon una pierna, luego otra. Creí que no podía ser peor, pero quedé ciego y me dejaron mi esposa y mis hijos, desde entonces estoy solo, pidiendo caridad.
  ― ¡Que cabrones!...
  Su mano fue confortada por la caricia de un billete, lo mareó el olor a loción cara. La voz ruda se volvió susurro indignado.
  ― ¡Mire!… digo, oiga, voy de prisa pero si puedo ayudarlo en algo, nomás dígame.
  ― ¡Sólo Dios podría acabar con mis sufrimientos para siempre!
 ―Cierto, pero ¿sabe qué?… Diosito ya lo oyó.
   Lo último que escuchó después de los disparos, fue el eco de unos pasos alejándose.



Texto aparecido en el libro: Primeras armas (IMCS, 2007)

sábado, 2 de agosto de 2014

El nuevo arte del boxeo.








El nuevo arte.
                                                    Por el poeta del deporte
    Es un virtuoso que hace de su oficio filigrana y polvo de sus rivales. Un genio que, cómo escultor que moldea la roca con su cincel, acaba golpe a golpe con la sana apariencia de sus oponentes. Su obra final  son hombres en ruina, piltrafas. Han producido sus puños más personajes trágicos que Sófocles; estos papeles, huelga aclararlo, son representados por sus contrincantes.
   ¿Quién lo diría? sus contiendas recrean el origen de la música. Éste arte no nació con el paso del viento a través de arbórea fronda o por estrechos canuto, no, la música se originó en las percusiones. Los puños de éste pugilista extraen a sus adversarios, cómo las mazas a los bombos, rotundos sonidos que, unidos al bullicio del público, amalgaman una salvaje melodía que excita y enloquece.
   Su forma de colorear el lienzo al que en forma de púgil se enfrenta, lo iguala a un pintor  que usa rojos y morados a pasto, que derrocha tonos carmesí en la faz del rival.
    Sus peleas terminan siempre con el adversario en  el piso. Aunque el final sea reiterativo, vale la pena verlo desplegar su habilidad. Su grandeza no está en las victorias, sino en su capacidad para crear un arte nuevo: el arte del boxeo.


   San Antonio, Texas 1855.
                Fragmento de la novela Cuando vuelvan los gorriones (Ramón Cortez Cabello, UAdeC 2008).

martes, 22 de julio de 2014

El sparring (Fragmento de la novela "Cuando vuelvan los gorriones")





El sparring
(Fragmento de la novela, Cuando vuelvan los gorriones, de Ramón Cortez Cabello)

   Desde David contra Goliat no se presentaba tanta disparidad entre dos rivales; una diferencia de más de cuarenta kilos y treinta centímetros a favor del pugilista más experimentado. Una lucha entre un galgo y un león sería más pareja.    
  ― Mmm, no se. Está muy chico –dijo el hombretón.
   ― ¡Bah! Ya tiene diez y ocho años –respondió su interlocutor.
   ― Me refiero al tamaño; de Paddy salen dos muchachos cómo éste.
   ― ¡Por eso!, el chico tiene más movilidad, si puedes conectarlo a él, con mayor razón al mastodonte ese –arguyó el otro.
  ―Yo peso más que Paddy –aclaró el peleador.
  ―¡Mejor todavía!, más fuerte y más rápido…claro, esto último si entrenas con mi peleador; vamos John, necesitamos el dinero.
   “Está bien –dijo John, más resignado que convencido- cinco rounds.”
   El joven se introdujo en el ring e hizo movimientos calisténicos; al sacarse el suéter se miraba más flaco. Los presentes miraban con sorna la escena, un auxiliar fungía como arbitro, la campana convocó a la acción. El pelo rubio cubría la frente del muchacho, en sus azules pupilas brillaba una confianza a la que nadie en su sano juicio concedería algún sustento. La guardia del más corpulento estaba armada con desgano y tenía en el rostro una sonrisa que su atildado mostacho no alcanzaba a cubrir. 
  -¡Eh John! ¿No tienes miedo perder? –gritó alguien. 
   La sonrisa del grandote se hizo carcajada y lanzó un manotazo, más con afán de divertirse que de lastimar; a su gracia la festejaban las risas de los presentes.
   El joven eludió la bofetada y conectó un gancho al mentón, el ruido, semejante al de un mazo golpeando una roca llenó el gimnasio. El enorme tipo dio con sus robustas nalgas en el piso, el puñetazo también apagó las risas.
   El hombre miraba desde el suelo al muchacho, sacudió su cabeza. Los bigotes perdieron la goma, una guía apuntaba arriba y la otra abajo.
   Se puso de pie rápido, “estaba mal parado –pensó-, el mareo debe ser por las cervezas de anoche”. Abría y cerraba las manos, cuando las cerró bien, crujieron los dedos. Sus músculos tensos cómo gatillo estaban listos para disparar golpes. Fue en busca del atrevido; tenía que enseñarle a respetar.
   Con sus ondulaciones de cintura y pequeños saltos, el sparring semejaba un bañista a punto de ser aplastado por un tsunami.
   El coloso se desembrazó, sus puñetazos serían capaces de cimbrar una pared o tirar al muchacho… si lo conectaran. El chico por su parte no fallaba. El rostro de John estaba rojo, más por la rabia que por los impactos recibidos. Aquel joven se escurría como puerco engrasado. El round terminó sin que pudiera dar un golpe.
   Al final del cuarto round, John había lanzado ciento treinta y cinco puñetazos: ninguno dio en el blanco. Su ánimo pasó de la ira a la frustración y la impotencia.
   El muchacho se mantenía a la distancia ideal para no ser golpeado: lejos o muy cerca, cómo esos mellizos pegados de los circos. Cuando John buscaba atraparlo se volvía inasible. Era la batalla del cañón de poderosa y errática metralla contra una certera carabina con balas de algodón; la lucha del mosco contra el león: aleteo de insecto rebotando en el duro cuero; picotazos de pájaro en corteza de roble: exasperantes pero sin fuerza para derribarlo.
   Durante el minuto de descanso, el sparring respiraba tranquilo, el sudor que corría por su piel era la única huella de la sesión. En la otra esquina el rival bufaba rencoroso, tampoco él estaba lastimado, pero tenía el orgullo en carne viva.
   En el quinto asalto el muchacho continuó su golpeo impune. Fue el round en que menos golpes tiró John: dos. Para mala suerte del sparring conectó ambos. El primero: un gancho a la quijada, lo dejó inmóvil sobre sus piernas; al segundo, el recto que le tumbó los dientes y floreó la boca, no lo sintió: ya estaba noqueado al recibirlo.
   Al sparring nadie le creyó que había boxeado cinco rounds con el campeón, mucho menos que lo había derribado; mostrar las despobladas encías cómo prueba de su dicho tampoco era convincente. Se desesperaba de llevar en su cuerpo las huellas de los golpes y que nadie le creyera. “Si hubieses peleado con john, te habría matado” -le soltaban.
   No es posible saber si aquel entrenamiento le sirvió; lo cierto es que el siete de febrero de 1882, John L. Sullivan ganó el campeonato mundial de peso completo al noquear a Paddy Ryan. Sullivan nunca perdió en combates a puño desnudo. Diez años después, al aplicarse las reglas del Marqués de Queensberry, tuvo que pelear con guantes y perdió el titulo ante Jim Corbett.



sábado, 5 de julio de 2014

Cápsulas de sabiduría (La amistad).





La amistad

   ¿Tienes un amigo? Tenlo bajo prueba, y no tan pronto pongas en él tu confianza, porque hay amigos que se ajustan al buen tiempo, pero no persisten en días de infortunio.
                                                                                                           Jesús Ben Sirak

   No se conoce en la dicha al amigo, ni se oculta en la desgracia el enemigo.
                                                                                                                Jesús Ben Sirak.

   ¡Malditos sean los amigos en quienes envejece la gratitud y van olvidando los beneficios!
                                                                                                                          Eurípides.

      Amistad: barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.
                                                                                                                   Ambrose Bierce

   El repudiar a un buen amigo es como sacrificar la propia vida, que es lo que más se estima.
                                                                                                                              Sófocles.

   Las amistades que se adquieren a un precio, y no con la grandeza y la nobleza del alma, se compran pero no se poseen, y en el momento necesario no se dispone de ellas.
                                                                                                            Nicolás Maquiavelo.

     Un amigo no es más que una alma que habita en dos cuerpos diferentes.
                                                                                                                        Oscar Wilde.

      Los amigos se dicen sinceros; ¡los enemigos si que lo son!
                                                                                                                     Schopenhahuer

   Como el oro amarillo se prueba en el fuego, así la fe de la amistad debe verse en la adversidad.                                                         
                                                                                                                         Ovidio.

 Amigos uno o ninguno,
toma  de mí este consejo;
que uno sobra, siendo malo,
y uno basta, siendo bueno.
                                                                                 Juan Martínez de Cuellar

   Mientras amamos, servimos; mientras somos amados por otros, casi diría yo que somos indispensables; y ningún hombre es inútil mientras tiene un amigo.
                                                                                                      Robert Louis Stevenson.


   Las amistades de un hombre son la mejor medida de su valor.
                                                                                                            Charles Darwin.

   La disolución de la amistad personal cuenta entre las ocurrencias más dolorosas de la vida humana.
                                                                                                         Thomas Jefferson.

      La amistad es una sola alma en dos cuerpos distintos.
                                                                                                                        Aristóteles.

   Lego a Areteo el cuidado de alimentar a mi madre y de sostenerla en su vejez; a Carixeno le encomiendo el casamiento de mi hija, y además que la dote lo mejor que pueda. En el caso de que uno de los dos venga a morir, encomiendo su parte al que sobreviva.
                                                                                                Testamento de Eudómidas


   No hay mejor remedio contra la auto adulación que la libertad de un amigo.
                                                                                                                   Francis Bacon.

   La amistad es el punto medio entre la adulación y la hostilidad, y se muestra en los actos y en las palabras.                                      

                                                                                                                         Aristóteles.

martes, 1 de julio de 2014

¿Qué hace el urólogo?



  Algunas veces me han preguntado: ¿Qué hace el urólogo?, este cuestionamiento me lo han hecho personas que recién conozco e incluso pacientes a quienes atiendo de algún problema urológico. Tan frecuente es el asunto que de alguna manera me he resignado a ser especialista de una disciplina algo misteriosa. Sin duda influye la etimología de la palabra urología. El vocablo proviene del griego ορον (orina) y logía, entonces su significado sería tratado de la orina, lo cual no dice mucho. Si buscamos en el diccionario encontraremos la siguiente definición: Parte de la medicina referente al aparato urinario. Si buscamos urológico, encontraremos: perteneciente o relativo a la urología, si persistimos e investigamos  la palabra urólogo, encontraremos lo siguiente: Especialista en urología.
   Sin embargo la especialidad es mucho más que un tratado de la orina y su campo de acción es más amplio. Cierto, el urólogo es el médico adiestrado en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades del aparato urinario como infecciones y malformaciones, en el estudio y resolución de litiasis (piedras) de las vías urinarias (riñón, uréter y vejiga), así como el diagnóstico y manejo del  cáncer de riñón, de próstata y vejiga. Pero la disciplina abarca más cosas; incluye el aparato genital masculino, pene y testículos; el especialista cura las enfermedades  de estos órganos (infecciones comunes, enfermedades venéreas y cánceres penianos y testiculares). Asimismo el urólogo es el profesional entrenado para curar condiciones tan molestas y devastadoras en la vida social y de pareja como la incontinencia urinaria y la disfunción eréctil, asimismo estudia y trata la infertilidad masculina. Como puede verse no es un médico exclusivo de viejitos o sólo de problemas obstructivos de la próstata; atiende mujeres y hombres de todas edades en una extensa gama de problemas.
   Es necesario puntualizar que el urólogo tiene un amplio arsenal de recursos terapéuticos, médicos, quirúrgicos y endoscópicos, que es el precursor de la cirugía endoscópica y que está en la vanguardia del desarrollo de la cirugía de mínima invasión. Por hoy me aguanto las ganas de explicar por qué se considera a la urología el origen de la cirugía y sólo agrego algo que para estas alturas, para los que leyeron hasta aquí, es evidente: Estoy orgulloso de ser urólogo.  

jueves, 26 de junio de 2014

Cápsulas de sabiduría (La adulación).












   Los que tienen almibarada la lengua, váyanse a lamer con ella la grandeza estúpida y doblen los goznes de sus rodillas donde la lisonja encuentre galardón
                                                                                                                         Shakespeare
   ¿Habrá quien adule al pobre?
                                                                                                                         Shakespeare

   Para conquistar a la gente, el mejor recurso es presentar, a sus ojos, sus mismas inclinaciones, asentir a su forma de vida, alabar sus defectos y estar de acuerdo en todo lo que hacen.
                                                                                                                                Moliere.

   No hay otra forma de guardarse de las adulaciones que la de hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero, por otra parte, si todos pueden decirte la verdad, dejan de guardarte respeto.
                                                                                                            Nicolás Maquiavelo.

   ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te extiendes, y cuán dilatados límites son los de tu jurisdicción agradable!                       
                                                                                         Miguel de Cervantes Saavedra.

     El día de hoy no se lisonjea a quien no tiene con que cebar el pico del adulador, que aunque afectuosa y falsamente dice de burlas, pretende ser remunerado de veras.                                                   
                                                                                          El Licenciado Márquez Torres


   No hay mejor remedio contra la auto adulación que la libertad de un amigo.

                                                                                                                   Francis Bacon.

miércoles, 18 de junio de 2014

Día de la enfermera












                                                                                                           Ramón Cortez Cabello.

El Creador repartía dones a varias mujeres; cada una oía sus palabras y dejaba el lugar a la siguiente. Probidad, fortaleza y saber… Aplomo, sacrificio y cordialidad… Entereza, ingenio y disposición
   Quedaban sólo dos mujeres, cuando un ángel preguntó: ¿Qué haces, Señor?  
  ― Estoy creando a las enfermeras y les doy cualidades según su procedencia –contestó Dios sin interrumpir su labor-. Compasión, destreza, gracia, pericia, aplomo, tenacidad, honradez, belleza, ingenio, cordialidad y abnegación.
   Al notar que daba más dones a la penúltima, dijo el ángel: Cuando creaste los países, fuiste muy generoso con México. ¿Me equivoco si pienso que la enfermera que acabas de formar es la de ese país?
  ―No te equivocas, ella es la enfermera mexicana.
   El señor siguió trabajando: Dulzura, ingenio, bondad, belleza, compasión, tenacidad, sacrificio, pericia, serenidad, calidez, temple, experiencia, generosidad, diplomacia, talento, afecto, limpieza, probidad, inteligencia, paciencia, belleza, aplomo, integridad, constancia, tenacidad, fortaleza, paciencia y calidad.
   Al retirarse la última, el ángel preguntó: Y esta, ¿a qué país va?
  ―A México, hijo mío.
  ―Pero… ya mandaste una, ¿por qué también envías a la que has dado más virtudes?
  ―Es que a ésta enfermera la envío directo al IMSS; ahí solo aceptan a las mejores.

lunes, 16 de junio de 2014

El sellador




                                                                                                  Por Ramón Cortez Cabello.
    El hombre respiraba con dificultad; un balazo había perforado su pulmón derecho. Postrado en la camilla, miraba temeroso hacia la puerta; un hospital no es garantía de seguridad. La estática de los radios de comunicación de los judiciales y el ruido en la sala de espera no lo ayudaban a tranquilizarse.
   Hasta el rostro apacible de la enfermera inquietó al herido, su sonrisa parecía ajena al entorno, la superposición de una imagen pacifica en medio del caos.
 ―Listo doctor –dijo la mujer al terminar de lavar el tórax lesionado.
 ―Gracias Dulce.
   El Doctor Alfonso Rosales respondió distraído, sus manos enguantadas alistaban los instrumentos. En la pequeña mesa al lado del herido, sobre una tela verde, descansaban un grueso tubo transparente, el bisturí, varias pinzas y una jeringa cargada con lidocaína.
  ― ¿Dónde te balacearon? Inquirió el cirujano mientras inyectaba el anestésico en las costillas inferiores del herido.
 ―En el paseo colón –dijo con un gemido.
  ― ¿Cuántos eran?
  ―Cómo diez batos; iban en tres camionetas.
  ― ¿De cuáles camionetas?
  ―Suburbans...
  ― ¿De qué color? -Rosales interrumpió su labor.
 ―No se…negras, verdes a lo mejor.
  ― ¿Qué le hiciste a esa gente?
  ―Nada, yo nomás iba pasando.
   Con el bisturí el médico realizó una pequeña incisión, encima de la sexta costilla, un hilillo rojo contrastó con el amarillo que el yodo dejó en la piel.
  ―..Y tú ¿qué carro traes? Interrogó mientras apuntaba una pinza en la herida recién hecha.
  ―Una Cherokee roja.
   El cirujano empujó la pinza hasta perforar la pared torácica; la sangre fluyó burbujeante, el grito del herido opacó el ruido de los radios. El doctor introdujo el tubo en el orificio recién hecho, de inmediato se tiñó de rojo. Después de fijarlo con esparadrapo, lo conectó a una caja cuadrada de plástico, de esta salía una manguera que ajustó a un conector  saliente de la pared, bajo esa entrada podía leerse: “vacío”.
   Tiempo después, el herido diría que le dolió más este procedimiento que el balazo.
―Ya pueden llevarlo a piso, mucho cuidado con el sello de agua -indicó el médico.
   Aún no se descalzaba los guantes, cuando Dulce le avisó del ingreso de otro herido de bala.
   El hombre de la camilla veía incrédulo la actividad en torno suyo. Una enfermera tomaba su presión, mientras otra le extraía sangre y una más tijereteaba con habilidad la ropa dejándolo desnudo. Lo colocaron un momento sobre el lado derecho y examinaron su espalda: “Tiene dos balazos en abdomen y está hipotenso, ya va para quirófano.” –Informó el Doctor Reyes que dirigía las maniobras.
  ― ¿En qué carro venías? –preguntó Rosales.
  ―Una Navigator…-contestó el hombre; sus ojos perdían brillo.
  ― ¿De qué color?
  ―Blanca…
   Fue lo último que dijo antes de quedar inconsciente. Murió en quirófano, un  agujero en la vena cava dejó escapar su vida.
  Al Doctor Heriberto Reyes le extrañó la primera ocasión, pero al escuchar a su colega preguntar otra vez: “¿Qué carro traías?”  Comprendió que algo raro pasaba; sabía que conocer el auto en que viajaban los balaceados no mejora su pronóstico.
   Al terminar el turno, mientras se dirigían al estacionamiento, Reyes preguntó cómo al descuido: “¿Andas comprando carro?”
―No… ¿por qué? –se extrañó Rosales.
  ―Es que traes el coche de tu esposa. Si quieres te vendo la  “Seburlan” –dijo Reyes mientras señalaba su vieja camioneta.
 ―Está buena la troca, pero no estoy buscando mueble.
  ―Como de repente te interesaron los autos de los pacientes, creí que buscabas uno.
   Alfonso detuvo la marcha ante el carro de su mujer. El aliento febril de la tarde endureció su rostro, luego lo resquebrajó en un gesto de sorpresa, parecía que de su boca fluiría una confidencia, sin embargo, sólo dijo: “Luego te explico, hasta mañana.”  Después abordó el auto y se fue. 
   Camino a casa se reprochaba su obviedad –“en realidad Heri me conoce muy bien”-, matizó.          
   Tres días antes, en esa misma calle, tuvo que frenar rápido, la camioneta que iba delante se detuvo con brusquedad, por el retrovisor vio una suburban negra casi pegada a su defensa. Lo entendió de pronto, la tercera camioneta aún no se detenía a su izquierda cuando bajó del vehiculo.
  ―¡No soy el que buscan! ¡Soy el Doctor Rosales!  Gritó mientras esgrimía su gafete con las manos en alto.
   Lo inopinado de la maniobra y su bata blanca tuvieron la virtud de no dar sensación de peligro. Uno de los hombres del comando se acercó metralleta en mano, revisó la credencial, leyó el nombre y especialidad bordados en la bolsa izquierda de la bata.
  ―Soy el Doctor Alfonso Rosales, no soy el que buscan –repitió, más como buen deseo que como aclaración.
   Los ojos del individuo le reclamaron no ser el que buscaban. Al darse cuenta que su vida dependía de aquél tipo, Rosales comprendió la insignificancia de ésta.
  ―No, este güey no es –dijo el sujeto mientras tiraba la credencial.
   Los hombres subieron a sus vehículos y se marcharon sin aspavientos; todo sucedió en segundos. Al llegar a casa el cirujano dio un beso helado a su mujer y abrazó a su hija. Tres horas después, antes de ir al consultorio, dijo a su esposa:
―Me llevo tu carro, la camioneta no podrá moverse, el mecánico le aplicó un sellador que tarda días en fraguar.
   A setenta y dos horas de aquel día, devolvió las llaves del auto a su mujer.

  ―Me llevo la Navigator; ya fraguó el sellador.

sábado, 14 de junio de 2014

Fin de fiesta.

   
                                                                                                                       Ramón Cortez Cabello
   Una noche Pete Wilson asistió a un baile de disfraces. Los invitados iban caracterizados cómo enemigos de América.  La calidez del clima texano ayudó al éxito de la recepción. Fue grato beber al lado de inocuos villanos. Castro, Chávez y Saddam nunca fueron tan divertidos. Él se disfrazó de indocumentado.

   En el hospital, con la nariz rota, vendada la cabeza y una férula en cada brazo, la fiesta trajo a Pete agridulces recuerdos: ganó el premio al mejor disfraz, sin embargo, la migra lo confundió con un verdadero ilegal.

miércoles, 11 de junio de 2014

La vida (en frases de gente célebre)






   ¿Qué es la vida humana? Toda ella una carga de dolores.
                                                                                                                             Eurípides.

   Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad.
                                                                                                                   Jean Paul Sartre

   Contar la vida, ¿no es acaso un modo, y tal vez el más profundo,  de vivirla?
                                                                                                           Miguel de Unamuno.

   No olvides que eres actor en una obra, corta o larga, cuyo autor te ha confiado un papel determinado. Procura realizarlo lo mejor que puedas. Porque si ciertamente no depende de ti escoger el papel que has de representar, si el representarlo debidamente.
                                                                                                                                Epicteto

   La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.
                                                                                                                    Ernesto Sábato.

   Para formar un ser humano no bastan nueve meses; hacen falta sesenta años de trabajo, de sacrificios y de estudio; y, cuando está formado, ya está listo para morir.
                                                                                                                    André Malraux.

   El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras.
                                                                                                                                 Goethe.

El suicidio no es un acto de valentía ante la muerte, sino de cobardía ante la vida.
                                                                                                                           Nichchanel

   Los hombres son llevados por los caballos, alimentados por las vacas, vestidos por las ovejas, defendidos por los perros y comidos por los gusanos.
                                                                                                                                 Séneca.

   La resignación es un suicidio cotidiano.
                                                                                                                                 Balzac.

   Es más deseable una hermosa muerte que una larga vida.

                                                                                                                                 Séneca.

martes, 10 de junio de 2014

La cantante

    





   

                                                                                                  Por Ramón Cortez Cabello
      Fue en la Clínica 6 de San Nicolás, era R4, estaba de guardia  y me había llamado el Dr.  Cannabis.
  ― ¡Nunca me había alegrado tanto verte, Galeno! –Dijo el R3 al verme-.  Un post operado que sangraba profusamente era el motivo de su alegría por mi arribo; la responsabilidad del paciente ahora me pertenecía.
   Ya en la sala de operaciones, evacuados los coágulos, fulgurados los vasos sangrantes y resuelto el problema del enfermo, alejada la angustia,  me quejé del silencio que habitaba el quirófano (vamos, ni el anestesiólogo llevaba grabadora).
  ―Lupita canta bien padre, doctor –dijo la instrumentista.
   En los ojos de la enfermera circulante brilló el reproche ante la delación de su compañera. Con todo, no batallamos para convencerla de que cantara alguna melodía.  Oírla fue como encender la luz en un cuarto oscuro, su voz inundó la sala y nos llenó de emoción.  Con la última nota concluyó también la cirugía… no hubo oportunidad de pedirle otra canción. 
   Fue la primera vez que oí la que sería una de mis canciones favoritas. Cuando escuché  Ten cuidado con el corazón en voz de Ale Guzmán sentí que algo le hacía falta, que la joven enfermera la cantaba mejor.  
   Nunca volví a ver a Lupita, y lo que es peor, nunca la volví a escuchar.

viernes, 30 de mayo de 2014

Texto publicado en el libro Primeras armas.







La pesadilla
                                                                                           Por Ramón Cortez Cabello
   Era pasada la medianoche cuando me despertó mi hija de ocho años.
  ―Tengo pesadillas –dijo.
   Me senté al borde de la cama y la coloqué sobre mis rodillas.
― ¿Qué soñaste?
 ―Que un loco se metía por la  ventana de la sala, que te mataba a ti y a mis hermanitos. Yo gritaba fuerte pero nadie venía a salvarme. En eso desperté.
 ―No tengas miedo.
   Para que se calmara la llevé al cuarto de sus hermanos que dormían tranquilos. En la sala le mostré el pasador de la ventana bien cerrado. Cuando nos acostumbramos a la oscuridad, vimos los árboles, las plantas y los setos refugiándose en las sombras. A lo lejos, fantasmal, se erguía la casa del vecino. El bosque se arrullaba con el chirriar de los grillos.
   La niña se calmó. La llevé a su recamara. Al poco tiempo roncaba.
   Yo no pude dormir el resto de la noche.











   

jueves, 29 de mayo de 2014

Siete minificciones del Doctor Galeno.








La espina saboreó la sangre del ingenuo dedo, una vez más la rosa, su señuelo, cumplió su cometido.


Mecanismo de acción.

Al tragar la medicina comprobó que hay antibióticos que matan a las bacterias con su sabor.


El espectro

  ― ¡Un fantasma! –gritó la izquierda.
  ― Estúpida, es un guante blanco –aclaró la mano derecha.

El afrodisíaco

   A las ostras cultivadas en su granja las alimentó con Viagra. Era el negocio de su vida: sería el mejor afrodisíaco del mundo.
   Sin embargo fue un fracaso: Los moluscos estaban muy duros.


 Punto de vista

   Aléjate de los libros. Si los vez abiertos huye de inmediato; hay quien dice que son cultura, pero para nosotras son la tumba.
                                                                                     Una mosca a su hija.


De noche se sintió solo. Cuando llegaron sus amigos no eran tantos como las estrellas, pero si cálidos y luminosos. Ya no se sintió solo.


Lo vi de lejos, caminaba lento; qué amolado está –pensé-. Cuando lo tuve cerca y gritó: ánimo, supe que él me veía más jodido.