El ombligo
El gran
guerrero quiso enterrar el ombligo de su hijo en el campo de batalla donde obtuviera su mayor
victoria, así el recién nacido sería un militar glorioso. Muchos triunfos
consiguió aquel hombre, pero tras lograrlos el sitio donde los obtuvo le
parecía indigno de alojar el ombligo. Lo enterraré en el campo del próximo
combate, de esta manera será mejor su destino –pensaba.
Pasaron los
años y el ombligo seguía oculto en una bolsita de su maxtlatl. Aunque las victorias eran cada vez mayores, el seco
tejido aún esperaba ser enterrado.
Cuando el
gran guerrero fue apresado por los mexicas, supo que no viviría mucho. Al
llegar a Tenochtitlán sepultó ahí el
cordón umbilical. Aunque no lo hizo en el sitio de su mayor victoria, sino en
tierra de sus captores, estaba convencido de que no había mejor lugar para
hacerlo: de esta manera su hijo alcanzaría la gloria en aquella ciudad.
Aquel hombre
fue quizás el primero en pensar que la Gran
Tenochtitlán podía ser derrotada.
El
nuevo sol
Tenochtitlán. Año 3-casa, día 2-muerte/
14 de agosto de 1521
Solo
se oía el rumor del llanto, no se escuchaban ni cantos ni música en los
templos. Aunque la sangre inundó Tenochtitlán, no era ésta ofrendada a los
dioses, era un horrendo desperdicio. Corría libre por las calles, manchaba las
paredes, se diluía en el lago y mojaba los cadáveres que todo lo cubrían.
Ayer no hubo quien oficiara alguna ceremonia. Aunque hoy llegó la luz
del día, no es el sol de siempre, es un nuevo Tonatiuh triste y desolado. Sus
rayos no iluminan a la noble ciudad mexica, su luz desnuda el más enorme de los
cementerios.
La profecía tenía razón: El día que no se honre al sol, se acabará el
mundo.
Tenochtitlán ya no existe, los mexicas han sido vencidos.
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