Ramón Cortez Cabello
Una noche Pete Wilson asistió a un
baile de disfraces. Los invitados iban caracterizados cómo enemigos de
América. La calidez del clima texano
ayudó al éxito de la recepción. Fue grato beber al lado de inocuos villanos.
Castro, Chávez y Saddam nunca fueron tan divertidos. Él se disfrazó de
indocumentado.
En el hospital, con la nariz rota, vendada la cabeza y una férula en
cada brazo, la fiesta trajo a Pete agridulces recuerdos: ganó el premio al
mejor disfraz, sin embargo, la migra lo confundió con un verdadero ilegal.
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