sábado, 2 de agosto de 2014

El nuevo arte del boxeo.








El nuevo arte.
                                                    Por el poeta del deporte
    Es un virtuoso que hace de su oficio filigrana y polvo de sus rivales. Un genio que, cómo escultor que moldea la roca con su cincel, acaba golpe a golpe con la sana apariencia de sus oponentes. Su obra final  son hombres en ruina, piltrafas. Han producido sus puños más personajes trágicos que Sófocles; estos papeles, huelga aclararlo, son representados por sus contrincantes.
   ¿Quién lo diría? sus contiendas recrean el origen de la música. Éste arte no nació con el paso del viento a través de arbórea fronda o por estrechos canuto, no, la música se originó en las percusiones. Los puños de éste pugilista extraen a sus adversarios, cómo las mazas a los bombos, rotundos sonidos que, unidos al bullicio del público, amalgaman una salvaje melodía que excita y enloquece.
   Su forma de colorear el lienzo al que en forma de púgil se enfrenta, lo iguala a un pintor  que usa rojos y morados a pasto, que derrocha tonos carmesí en la faz del rival.
    Sus peleas terminan siempre con el adversario en  el piso. Aunque el final sea reiterativo, vale la pena verlo desplegar su habilidad. Su grandeza no está en las victorias, sino en su capacidad para crear un arte nuevo: el arte del boxeo.


   San Antonio, Texas 1855.
                Fragmento de la novela Cuando vuelvan los gorriones (Ramón Cortez Cabello, UAdeC 2008).

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