jueves, 26 de junio de 2014

Cápsulas de sabiduría (La adulación).












   Los que tienen almibarada la lengua, váyanse a lamer con ella la grandeza estúpida y doblen los goznes de sus rodillas donde la lisonja encuentre galardón
                                                                                                                         Shakespeare
   ¿Habrá quien adule al pobre?
                                                                                                                         Shakespeare

   Para conquistar a la gente, el mejor recurso es presentar, a sus ojos, sus mismas inclinaciones, asentir a su forma de vida, alabar sus defectos y estar de acuerdo en todo lo que hacen.
                                                                                                                                Moliere.

   No hay otra forma de guardarse de las adulaciones que la de hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero, por otra parte, si todos pueden decirte la verdad, dejan de guardarte respeto.
                                                                                                            Nicolás Maquiavelo.

   ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te extiendes, y cuán dilatados límites son los de tu jurisdicción agradable!                       
                                                                                         Miguel de Cervantes Saavedra.

     El día de hoy no se lisonjea a quien no tiene con que cebar el pico del adulador, que aunque afectuosa y falsamente dice de burlas, pretende ser remunerado de veras.                                                   
                                                                                          El Licenciado Márquez Torres


   No hay mejor remedio contra la auto adulación que la libertad de un amigo.

                                                                                                                   Francis Bacon.

miércoles, 18 de junio de 2014

Día de la enfermera












                                                                                                           Ramón Cortez Cabello.

El Creador repartía dones a varias mujeres; cada una oía sus palabras y dejaba el lugar a la siguiente. Probidad, fortaleza y saber… Aplomo, sacrificio y cordialidad… Entereza, ingenio y disposición
   Quedaban sólo dos mujeres, cuando un ángel preguntó: ¿Qué haces, Señor?  
  ― Estoy creando a las enfermeras y les doy cualidades según su procedencia –contestó Dios sin interrumpir su labor-. Compasión, destreza, gracia, pericia, aplomo, tenacidad, honradez, belleza, ingenio, cordialidad y abnegación.
   Al notar que daba más dones a la penúltima, dijo el ángel: Cuando creaste los países, fuiste muy generoso con México. ¿Me equivoco si pienso que la enfermera que acabas de formar es la de ese país?
  ―No te equivocas, ella es la enfermera mexicana.
   El señor siguió trabajando: Dulzura, ingenio, bondad, belleza, compasión, tenacidad, sacrificio, pericia, serenidad, calidez, temple, experiencia, generosidad, diplomacia, talento, afecto, limpieza, probidad, inteligencia, paciencia, belleza, aplomo, integridad, constancia, tenacidad, fortaleza, paciencia y calidad.
   Al retirarse la última, el ángel preguntó: Y esta, ¿a qué país va?
  ―A México, hijo mío.
  ―Pero… ya mandaste una, ¿por qué también envías a la que has dado más virtudes?
  ―Es que a ésta enfermera la envío directo al IMSS; ahí solo aceptan a las mejores.

lunes, 16 de junio de 2014

El sellador




                                                                                                  Por Ramón Cortez Cabello.
    El hombre respiraba con dificultad; un balazo había perforado su pulmón derecho. Postrado en la camilla, miraba temeroso hacia la puerta; un hospital no es garantía de seguridad. La estática de los radios de comunicación de los judiciales y el ruido en la sala de espera no lo ayudaban a tranquilizarse.
   Hasta el rostro apacible de la enfermera inquietó al herido, su sonrisa parecía ajena al entorno, la superposición de una imagen pacifica en medio del caos.
 ―Listo doctor –dijo la mujer al terminar de lavar el tórax lesionado.
 ―Gracias Dulce.
   El Doctor Alfonso Rosales respondió distraído, sus manos enguantadas alistaban los instrumentos. En la pequeña mesa al lado del herido, sobre una tela verde, descansaban un grueso tubo transparente, el bisturí, varias pinzas y una jeringa cargada con lidocaína.
  ― ¿Dónde te balacearon? Inquirió el cirujano mientras inyectaba el anestésico en las costillas inferiores del herido.
 ―En el paseo colón –dijo con un gemido.
  ― ¿Cuántos eran?
  ―Cómo diez batos; iban en tres camionetas.
  ― ¿De cuáles camionetas?
  ―Suburbans...
  ― ¿De qué color? -Rosales interrumpió su labor.
 ―No se…negras, verdes a lo mejor.
  ― ¿Qué le hiciste a esa gente?
  ―Nada, yo nomás iba pasando.
   Con el bisturí el médico realizó una pequeña incisión, encima de la sexta costilla, un hilillo rojo contrastó con el amarillo que el yodo dejó en la piel.
  ―..Y tú ¿qué carro traes? Interrogó mientras apuntaba una pinza en la herida recién hecha.
  ―Una Cherokee roja.
   El cirujano empujó la pinza hasta perforar la pared torácica; la sangre fluyó burbujeante, el grito del herido opacó el ruido de los radios. El doctor introdujo el tubo en el orificio recién hecho, de inmediato se tiñó de rojo. Después de fijarlo con esparadrapo, lo conectó a una caja cuadrada de plástico, de esta salía una manguera que ajustó a un conector  saliente de la pared, bajo esa entrada podía leerse: “vacío”.
   Tiempo después, el herido diría que le dolió más este procedimiento que el balazo.
―Ya pueden llevarlo a piso, mucho cuidado con el sello de agua -indicó el médico.
   Aún no se descalzaba los guantes, cuando Dulce le avisó del ingreso de otro herido de bala.
   El hombre de la camilla veía incrédulo la actividad en torno suyo. Una enfermera tomaba su presión, mientras otra le extraía sangre y una más tijereteaba con habilidad la ropa dejándolo desnudo. Lo colocaron un momento sobre el lado derecho y examinaron su espalda: “Tiene dos balazos en abdomen y está hipotenso, ya va para quirófano.” –Informó el Doctor Reyes que dirigía las maniobras.
  ― ¿En qué carro venías? –preguntó Rosales.
  ―Una Navigator…-contestó el hombre; sus ojos perdían brillo.
  ― ¿De qué color?
  ―Blanca…
   Fue lo último que dijo antes de quedar inconsciente. Murió en quirófano, un  agujero en la vena cava dejó escapar su vida.
  Al Doctor Heriberto Reyes le extrañó la primera ocasión, pero al escuchar a su colega preguntar otra vez: “¿Qué carro traías?”  Comprendió que algo raro pasaba; sabía que conocer el auto en que viajaban los balaceados no mejora su pronóstico.
   Al terminar el turno, mientras se dirigían al estacionamiento, Reyes preguntó cómo al descuido: “¿Andas comprando carro?”
―No… ¿por qué? –se extrañó Rosales.
  ―Es que traes el coche de tu esposa. Si quieres te vendo la  “Seburlan” –dijo Reyes mientras señalaba su vieja camioneta.
 ―Está buena la troca, pero no estoy buscando mueble.
  ―Como de repente te interesaron los autos de los pacientes, creí que buscabas uno.
   Alfonso detuvo la marcha ante el carro de su mujer. El aliento febril de la tarde endureció su rostro, luego lo resquebrajó en un gesto de sorpresa, parecía que de su boca fluiría una confidencia, sin embargo, sólo dijo: “Luego te explico, hasta mañana.”  Después abordó el auto y se fue. 
   Camino a casa se reprochaba su obviedad –“en realidad Heri me conoce muy bien”-, matizó.          
   Tres días antes, en esa misma calle, tuvo que frenar rápido, la camioneta que iba delante se detuvo con brusquedad, por el retrovisor vio una suburban negra casi pegada a su defensa. Lo entendió de pronto, la tercera camioneta aún no se detenía a su izquierda cuando bajó del vehiculo.
  ―¡No soy el que buscan! ¡Soy el Doctor Rosales!  Gritó mientras esgrimía su gafete con las manos en alto.
   Lo inopinado de la maniobra y su bata blanca tuvieron la virtud de no dar sensación de peligro. Uno de los hombres del comando se acercó metralleta en mano, revisó la credencial, leyó el nombre y especialidad bordados en la bolsa izquierda de la bata.
  ―Soy el Doctor Alfonso Rosales, no soy el que buscan –repitió, más como buen deseo que como aclaración.
   Los ojos del individuo le reclamaron no ser el que buscaban. Al darse cuenta que su vida dependía de aquél tipo, Rosales comprendió la insignificancia de ésta.
  ―No, este güey no es –dijo el sujeto mientras tiraba la credencial.
   Los hombres subieron a sus vehículos y se marcharon sin aspavientos; todo sucedió en segundos. Al llegar a casa el cirujano dio un beso helado a su mujer y abrazó a su hija. Tres horas después, antes de ir al consultorio, dijo a su esposa:
―Me llevo tu carro, la camioneta no podrá moverse, el mecánico le aplicó un sellador que tarda días en fraguar.
   A setenta y dos horas de aquel día, devolvió las llaves del auto a su mujer.

  ―Me llevo la Navigator; ya fraguó el sellador.

sábado, 14 de junio de 2014

Fin de fiesta.

   
                                                                                                                       Ramón Cortez Cabello
   Una noche Pete Wilson asistió a un baile de disfraces. Los invitados iban caracterizados cómo enemigos de América.  La calidez del clima texano ayudó al éxito de la recepción. Fue grato beber al lado de inocuos villanos. Castro, Chávez y Saddam nunca fueron tan divertidos. Él se disfrazó de indocumentado.

   En el hospital, con la nariz rota, vendada la cabeza y una férula en cada brazo, la fiesta trajo a Pete agridulces recuerdos: ganó el premio al mejor disfraz, sin embargo, la migra lo confundió con un verdadero ilegal.

miércoles, 11 de junio de 2014

La vida (en frases de gente célebre)






   ¿Qué es la vida humana? Toda ella una carga de dolores.
                                                                                                                             Eurípides.

   Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad.
                                                                                                                   Jean Paul Sartre

   Contar la vida, ¿no es acaso un modo, y tal vez el más profundo,  de vivirla?
                                                                                                           Miguel de Unamuno.

   No olvides que eres actor en una obra, corta o larga, cuyo autor te ha confiado un papel determinado. Procura realizarlo lo mejor que puedas. Porque si ciertamente no depende de ti escoger el papel que has de representar, si el representarlo debidamente.
                                                                                                                                Epicteto

   La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.
                                                                                                                    Ernesto Sábato.

   Para formar un ser humano no bastan nueve meses; hacen falta sesenta años de trabajo, de sacrificios y de estudio; y, cuando está formado, ya está listo para morir.
                                                                                                                    André Malraux.

   El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras.
                                                                                                                                 Goethe.

El suicidio no es un acto de valentía ante la muerte, sino de cobardía ante la vida.
                                                                                                                           Nichchanel

   Los hombres son llevados por los caballos, alimentados por las vacas, vestidos por las ovejas, defendidos por los perros y comidos por los gusanos.
                                                                                                                                 Séneca.

   La resignación es un suicidio cotidiano.
                                                                                                                                 Balzac.

   Es más deseable una hermosa muerte que una larga vida.

                                                                                                                                 Séneca.

martes, 10 de junio de 2014

La cantante

    





   

                                                                                                  Por Ramón Cortez Cabello
      Fue en la Clínica 6 de San Nicolás, era R4, estaba de guardia  y me había llamado el Dr.  Cannabis.
  ― ¡Nunca me había alegrado tanto verte, Galeno! –Dijo el R3 al verme-.  Un post operado que sangraba profusamente era el motivo de su alegría por mi arribo; la responsabilidad del paciente ahora me pertenecía.
   Ya en la sala de operaciones, evacuados los coágulos, fulgurados los vasos sangrantes y resuelto el problema del enfermo, alejada la angustia,  me quejé del silencio que habitaba el quirófano (vamos, ni el anestesiólogo llevaba grabadora).
  ―Lupita canta bien padre, doctor –dijo la instrumentista.
   En los ojos de la enfermera circulante brilló el reproche ante la delación de su compañera. Con todo, no batallamos para convencerla de que cantara alguna melodía.  Oírla fue como encender la luz en un cuarto oscuro, su voz inundó la sala y nos llenó de emoción.  Con la última nota concluyó también la cirugía… no hubo oportunidad de pedirle otra canción. 
   Fue la primera vez que oí la que sería una de mis canciones favoritas. Cuando escuché  Ten cuidado con el corazón en voz de Ale Guzmán sentí que algo le hacía falta, que la joven enfermera la cantaba mejor.  
   Nunca volví a ver a Lupita, y lo que es peor, nunca la volví a escuchar.