jueves, 26 de mayo de 2016

El ritual









Ritual
                                                         Por Ramón Cortez Cabello

No hay nada por muy inocente que sea en lo que no puedan introducir los hombres el crimen; ni arte por muy sano que sea cuyas intenciones no sean capaces de trastocar; ni nada tan bueno en sí que no puedan orientar hacia fines perversos.
                                                                                                                   Moliére.


   Se siente cautivo dentro de su cuerpo, sus ojos obedecen pero no ve gran cosa, está deslumbrado. No oye, no puede hablar. Boca arriba, colocados los brazos sobre unos soportes laterales está crucificado. Alcanza a verse el ombligo,  parte del costado y muslo izquierdo. Cuando trata de cubrir su desnudez comprueba que está inmóvil.  Poco a poco se acostumbra a la luminosidad que viene de lo alto; no recuerda nada, ni su nombre ni el de las cosas que mira. Es su campo visual reducido proscenio en el que actúan varios personajes. Sus parpados, cual pesados telones, caen haciéndole perder la secuencia.
   Los sujetos visten trajes oscuros que dejan ver antebrazos, cuello y parte del tórax. Se cubren el rostro con una máscara que sólo deja ver sus ojos. Una mujer delgada es la que más veces pasa ante él, tiene ojos oblicuos rodeados de arrugas. Siempre trae en las manos algún objeto.
   Siente que su conciencia se oscurece de nuevo, teme no despertar.
   Cuando vuelve en sí observa siempre lo mismo: una ventana que interrumpe la fría pared blanca y, cerca de ella, una puerta que no promete libertad, una salida que conduce a la oscuridad. Esta vez advierte la presencia de una mujer que, de espaldas a él, en una mesa cubierta por un lienzo verde, alista diversos artefactos. “Van a torturarme”, piensa, infiriendo el uso de aquellos objetos. Hay clavos de diferente tamaño y grosor, un pequeño mazo que ni pintado para aplastar testículos. Se estremece, ¿para qué son esos cuchillos? rebanarían cual zanahoria sus dedos o pene. Al ver un taladro de gran broca renuncia a buscar una aplicación posible. No puede ver los ojos de la mujer pero los imagina crueles, despiadados. La odia. Se siente flotar en un aire gélido. Sabe que no está soñando.
   Cuando aparecen dos tipos su inquietud aumenta. Uno de ellos, el de baja estatura, mueve los brazos, iracundo. El otro, joven y corpulento, tiene gacha la cabeza. Por un momento compadece al gordo, luego comprende que es absurdo sentir lástima por uno de sus verdugos. Cuando el hombre pequeño lo mira y señala con el dedo siente un brinco en el corazón. El joven, antes humillado y servil, se dirige hacia él lleva un cuchillo en la mano, se le acerca con resolución. Quiere gritar pero no puede. Piensa, por los movimientos bruscos del joven, que va a abrirlo en canal, sin embargo, en su abdomen sólo queda el trazo de una raya vertical cruzada por otras más pequeñas. Una fina línea roja indica que su piel apenas fue tocada, que un rasguño era más profundo. No hubo dolor.
   Desaparece el sopor, su respiración se agita. La mujer delgada de ojos arrugados le unge el vientre con una pócima negra y viscosa.
   Trata de recordar quién es, qué fue lo que precedió a este momento: no lo consigue. Observa que la espalda de la mujer de los cuchillos se tensa, está en trance. A través de la ventana observa a los dos hombres hacerse abluciones en manos y brazos. El corazón quiere salírsele del pecho.
   Una mujer de bellos ojos completa el grupo. Está atrás de él, en la cabecera. Su gesto, de secarle el sudor de la frente, indica que no es como los otros. No temas, será rápido y sin dolor ―dice―. Aquella voz congela sus oídos. Volver a escuchar no lo hace feliz.
   Los hombres, enfundados en una túnica ritual, lo cubren con lienzos oscuros; sólo el signo trazado en el vientre queda expuesto. Por fin observa de frente a la mujer de los cuchillos. No se equivocó: tiene mirada perversa y brilla en sus manos la hoja de un puñal.
   Un pedazo de tela cae en su rostro, la negrura insondable sustituye al resplandor cenital. Los latidos de su corazón apenas lo dejan oír. Escucha frases antiguas que parecen nuevas, como si se pronunciaran por vez primera.
  ― ¿Puedo iniciar? ―pregunta una voz grave en la que tiembla el enfado.

  ―Adelante, ya puede empezar ―responde la mujer de voz glacial.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Tweets del Dr. Galeno.


                                     Tweets.
                                             Por Ramón Cortez Cabello.

   De noche se sintió solo. Cuando llegaron sus amigos, no eran tantos como las estrellas. Pero si cálidos y luminosos. Ya no sintió soledad.
                                           *
   Mata al más alto, fue la orden. De lejos no sabía quién era el de mayor estatura, dudaba. No quiso batallar: los mató a todos.
                                           *

Poe
Usó plumas de ángel caído y sangre de unicornio fue su tinta. ¿Cómo no iban a ser extraordinarias sus narraciones?
                                           *

                          Lo bueno de lo breve. 
   Hay minificciones a las que ni su extensión salva de ser maxi-aburridas.
                                       *

                           Telenovela siglo XXI
―Debo confesarlo: Jairo Alexander no es tu padre…
―Pero… ¿Qué dices mamá?
―…Tu padre soy yo.
                                          *

                           El archivo

El colmo de una funeraria es tener un archivo muerto.
                                      *
El radio empezó a sonar, trajo melodías color sepia y con ellas recuerdos de tiempos mejores. De inmediato me sentí mejor.

                                     *
   Lo vi de lejos, iba encorvado; qué amolado está, pensé. Cuando lo tuve cerca y gritó: ¡ánimo!, supe que yo estaba más fregado.