Programa de cocina.
Por Ramón Cortez Cabello.
La joven daba los últimos bocados al arroz burdamente
cocinado, había en sus ojos un brillo de satisfacción que embellecía su rostro.
El director del programa preguntó algo que parecía obvio:
― ¿Estás
satisfecha?
―Sí ―respondió
ella.
El
entrevistador fue más allá:
― ¿Eres
feliz?
―Sí, claro.
― ¿Por qué? ―Quiso
saber el hombre.
―Bueno, tengo
trabajo, gano dinero para mis cosas. En un rato más iré a dormir a casa. Creo no
puede pedirse más. Además tengo sueños…
― ¿Sí? ¿Cuáles
son esos sueños?
―Ser
multimillonaria, ―respondió.
En la escena final
la vemos perderse entre el tráfico, la acompaña una soledad empecinada. Aunque
deseas que cumpla sus sueños, sabes que es casi imposible. Para la joven prostituta, que apenas saca para malcomer y drogarse, las únicas que parecen
cumplirse son sus pesadillas. Te muerde el corazón oírla decir que irá a dormir
a casa; sabes que vive en un cementerio en el centro de Freetown, que su cama
es una tumba y que desde su niñez, cuando era combatiente en la guerra civil de
Liberia, su única compañía ha sido la desgracia.
Luego de ver
el capítulo uno del programa japonés, Informe
gourmet hiperduro, te convences de que si la vida es una mierda, los sueños
ayudan a hacerla más tolerable.
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