miércoles, 6 de febrero de 2019

Zombis

                                                         

                                                                        


                                                                             Zombis
                                                                                                    Por Ramón Cortez Cabello.
   Los zombis no duran mucho, su “vida”, por llamarla así, es corta. Tienen tejidos que se desgastan rápido, se lesionan con facilidad y no cicatrizan. Además, sus órganos más durables, los huesos, requieren músculos para moverse. Ya es malo ver muertos caminando por doquier, si se movieran sin ligamentos sería como vivir en un grabado de Posada: rodeados de esqueletos ambulantes.
   Volviendo a la “vida y muerte” de estos seres, lo que más se les estropea son las piernas, al rompérseles algún tendón o por desgaste muscular. Cojera y pasos vacilantes no son pose para asustar, en realidad no pueden caminar bien. Cuando ambas piernas se deterioran, es el principio del fin para ellos. También sus brazos se inutilizan con frecuencia. Lo último que se les daña es la boca que, por otra parte, es su parte más rápida.
   Puede reconocerse a un zombi “joven” por su rapidez; los “viejos”, es decir los que llevan más tiempo siendo zombis, apenas pueden moverse. Hay ancianos-zombis que corren como atletas y adolescentes-zombis que apenas se mueven. Puede ser más letal una ancianita que un tipo enorme de fiero aspecto, todo depende de la movilidad. Por cierto, los ancianos son el único caso donde el que pasa de vivo a zombi mejora su condición física: al menos se mueven mejor.
   Un rasgo que quizás les viene de su pasado humano es el afán por subsistir. He visto zombis arrastrarse con una sola mano y dejar embarrados en el asfalto trozos de piel, músculos y vísceras. Hay que decirlo, no por moverse lento dejan de ser peligrosos. Un amigo mío eludió una turba de ágiles zombis y, cuando ya se  pensaba a salvo, fue atrapado y muerto por un espécimen decrépito que yacía en el piso. A aquel engendro le bastaron sus brazos y ávida boca para comerse enterito a mi camarada.

  Nos dimos cuenta que los cuervos hostigan a los muertos vivientes buscando comer su carne. Por eso empezamos a criar cuervos como si de gallinas se tratara. Cuando las aves crecieron las llevamos cerca de donde había zombis, la idea era acelerar la descarnadura de estos. No era mal plan, sin embargo no funcionó. Dos cosas fueron evidentes. Uno: las aves criadas en cautiverio no tenían la habilidad de las nacidas libres. Hasta el zombi más torpe las atrapaba y engullía. Dos: estos emplumados causaban más perjuicios a vivos que a muertos. Como decía el Filosofo de Güemez: “Cría cuervos y tendrás muchos”. 

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