miércoles, 26 de noviembre de 2014

La buena acción. (Texto incluido en el libro, Primeras armas (IMCS, 2007)







La buena acción
                                                                                                Por Ramón Cortez Cabello.
    Descubrió que el calor disminuye el número de peatones pero aumenta la compasión, que hay más limosna cuando se es el único mendigo de la calle.
   La cercanía de unos pasos enérgicos aumentó el tono dolorido de sus ruegos.
  ― ¡Una ayudita, socorra a este inválido!
   El tintineo de una moneda lo alegró; el bote ya no estaba solo.
  ― ¡Gracias, gracias, Diosito le dé más!
   Al no escuchar las botas alejándose, imaginó al hombre viéndolo con lástima.
  ― ¡Ay señor! Que triste vida me tocó, no sólo no tengo piernas, también soy ciego…
  ― ¡Además es ciego!
   La voz áspera tenía un dejo de ternura; la mano incrédula formó una brisa al pasar repetidamente  ante su rostro.
 ― Si señor, de los dos ojos ―remachó.
   El sonido de unas monedas al caer recompensó la confidencia.
  ― ¡Uta! Se las ha visto negras, Don.
  ―Por culpa del azúcar, primero me mocharon una pierna, luego otra. Creí que no podía ser peor, pero quedé ciego y me dejaron mi esposa y mis hijos, desde entonces estoy solo, pidiendo caridad.
  ― ¡Que cabrones!...
  Su mano fue confortada por la caricia de un billete, lo mareó el olor a loción cara. La voz ruda se volvió susurro indignado.
  ― ¡Mire!… digo, oiga, voy de prisa pero si puedo ayudarlo en algo, nomás dígame.
  ― ¡Sólo Dios podría acabar con mis sufrimientos para siempre!
 ―Cierto, pero ¿sabe qué?… Diosito ya lo oyó.
   Lo último que escuchó después de los disparos, fue el eco de unos pasos alejándose.



Texto aparecido en el libro: Primeras armas (IMCS, 2007)