viernes, 15 de diciembre de 2023

Don Gabriel

 










Don Gabriel

                                                                                                    Ramón Cortez Cabello

 

Cuando lo conocí, debido a la calvicie prematura aparentaba mayor edad, la expresión de su rostro era seria y algunos la confundían con hosquedad. Quienes al inicio juzgaban hostil su rostro no tardaban en reconocer su bonhomía y gran sentido del humor. Fumador entusiasta, nunca hablaba si no era necesario hacerlo. Sí, así era: reacio a la campechanería que abarata los gestos de aprecio y cariño a sus allegados.

   Cirujano nato, equipado con manos sensitivas y dedos cautos; en medio de situaciones de vida o muerte su tranquilidad era remanso donde surgía la solución a graves problemas que otros podrían juzgar irresolubles.

    Se lavaba rápido cuando alguien, envuelto en un problema transoperatorio, pedía: Háblenle a Don Gabriel. Con calma contagiosa, tras integrarse al equipo quirúrgico, solía decir: A ver, retiren el taponamiento, las compresas se quitaban y un lago de sangre cubría de inmediato el campo operatorio. Sus manos pequeñas se deslizaban entre órganos abdominales y retroperitoneales como peces en el mar, mientras, el nivel de la sangre seguía subiendo. Hablaba como si narrara un documental científico y no la película de terror que vivía el cirujano que solicitó ayuda. Mmmh, aquí tengo una arteria, la renal, páseme una pinza de ángulo, señorita. Pinzada la estructura vascular que detectó por el pulso propio de la misma, dijo: El problema no está resuelto, aquí tengo una vena, ángulo, por favor.

   ¿Cómo supo que tenía entre sus dedos una vena que no pulsa? ¿Cómo detectó con índice y pulgar izquierdos que la Vena Cava tenía una lesión y colocó en ella una pinza de Satinski? Nunca lo supe, por eso no pocos pensábamos que, en alguna parte de sus manos, como en la mano símbolo de la cirugía, mi maestro tenía un ojo. Además, resolvía ese tipo de problemas sin mayor aparato, sin el boato y avidez de elogios a que tan afectos son algunos cirujanos.

   Era el jefe de servicio de urología cuando recién llegué a la Clínica #25 del IMSS. Sabiendo que algunos galenos se sienten desnudos si no les llaman, “doctor”, al principio me extrañó que mis compañeros de grado superior lo llamaran Don Gabriel.

   La extrañeza no duró mucho. Entendí que le decían así porque era un señor en todos los aspectos.

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